La temperatura y la humedad tienen una influencia decisiva sobre nuestra salud, en ocasiones de formas que ni siquiera solemos tener en cuenta. De esto se desprende que el sistema que empleemos para calentar nuestra vivienda debe de tenerla también. ¿Hasta qué punto esto es así? ¿Realmente son unos sistemas de calefacción más saludables que otros?

Cuando hablamos de temperatura de confort cabría distinguir entre las preferencias personales (temperatura de confort personal) y la temperatura establecida como ideal de manera estadística. Según IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía), dicha temperatura ideal en un espacio cerrado será, como norma general, de 21º. Decimos “como norma general”, porque el uso al que esté destinado dicho espacio influirá mucho (por ejemplo, en el caso de los gimnasios, la temperatura ideal baja hasta los 18º), pero podemos decir que, en lo que concierne a una calefacción doméstica, será de 21º.

deshumidificador

Por otra parte, cuando hablamos de bienestar en casa solemos olvidar que en realidad la temperatura es solo uno de los factores de la ecuación; el otro es la humedad. Ambos están irremediablemente unidos y se influyen mutuamente (la temperatura alta reduce la humedad, la humedad alta cambia nuestra sensación térmica…) Eso sí, en el caso de la humedad, a diferencia de lo que ocurre con la temperatura, el rango de lo aceptable es muy amplio, se sitúa entre el 50% y el 60%, aunque aún se consideran aceptables valores entre el 40% y el 70%. 

Ahora bien ¿hasta qué punto influye esa ecuación temperatura-humedad sobre nuestra salud? Lo cierto es que lo hace de una manera destacable y que la lista de perjuicios que se derivan de un mal equilibrio no es precisamente pequeña, como veremos a continuación. 

Temperatura elevada, humedad baja.

Generalmente, las temperaturas de calefacción elevadas suelen resecar el ambiente. Estos son algunos de los perjuicios de ese desequilibrio: 

  1. Un ambiente reseco influye directamente sobre nuestro organismo deshidratando nuestras mucosas respiratorias. Esto no solo produce malestar, sino que además facilita la acción de virus y bacterias.
  2. Además de las mucosas, también se seca la piel, dando lugar a picores y problemas de dermatitis.
  3. El calor excesivo disminuye la presión arterial, lo que da lugar a que nuestro cerebro reciba menos sangre, lo cual, a su vez produce esa sensación de embotamiento y la clásica cefalea por calefacción.
  4. El calor excesivo también impide el descanso correcto. De hecho, aunque hemos indicado que la temperatura ideal es de 21º, ese es un calor excesivo durante la noche. Mientras dormimos lo ideal es bajar el termostato a entre 15º y 17º. Lo cual, en la práctica, equivale a apagar la calefacción en muchas regiones de España. 
  5. Uno de los aspectos menos conocidos de la temperatura excesiva es su relación con el aumento de peso. Esto ocurre porque, no necesitando quemar grasas para regular la temperatura durante la noche, cuando la inactividad hace que su temperatura descienda, el cuerpo las almacena.
Mujer tosiendo

Temperatura baja, humedad alta

Por debajo de 17º la percepción de que podemos compensar las bajas temperaturas dentro de casa con más ropa de abrigo es falsa. De forma parecida a lo que ocurre con la temperatura excesiva, el frío y la humedad deprimen nuestro sistema inmunológico y pueden afectar también a nuestra salud.

  1. Las bajas temperaturas y la humedad favorecen la proliferación de microorganismos, mohos y bacterias, que en presencia de corrientes de aire quedarán en suspensión e introduciremos en nuestro organismo mediante la respiración.
  2. La humedad también aumenta la posibilidad de contraer enfermedades como el asma, la sinusitis y otras dolencias respiratorias.
  3. También aumenta el dolor en personas con problemas reumáticos.

Suelo radiante, la tecnología de emisión más saludable.

De todo lo anterior se desprende que del sistema de calefacción con que contemos dependerá, y mucho, no ya nuestro confort, sino también nuestra propia salud. Eso sí, hay que aclarar que, teniendo en cuenta que prácticamente todos los sistemas de climatización se apoyan en generadores que se instalan en el exterior, lo que realmente influye aquí es el sistema emisor, es decir, la tecnología que empleamos para distribuir el calor por el interior de la vivienda.

Si ponemos sobre la mesa las ventajas e inconvenientes de las tres tecnologías más empleadas (radiadores convencionales, suelo radiante y fancoils), hay un claro ganador desde el punto de vista del confort y la salud: el suelo radiante.

Las mayores ventajas del suelo radiante son su gran estabilidad a lo largo del tiempo, la uniformidad con la que reparte la temperatura en el espacio y el hecho de ser un sistema de baja temperatura.

Gracias a su uniformidad y a que se trata de un sistema de baja temperatura, con el suelo radiante evitamos las corrientes rápidas de aire. Al no haber apenas aire en movimiento, es más difícil que el polvo y los microorganismos queden en suspensión y los respiremos.

Además, con esta tecnología el calor procede del suelo y, por decirlo de alguna manera, lo “sentimos de abajo arriba”. En cambio, con los otros dos sistemas, el aire caliente sube desde sus puntos de emisión hacia el techo y allí se acumula hasta que empezamos a sentirlo de “arriba abajo”, lo que provoca el embotamiento de cabeza del que ya hemos hablado antes.

Suelo radiante pies

Por último, pero quizá más importante, gracias a que trabaja a baja temperatura, la influencia del suelo radiante sobre la humedad ambiental es mínima; no se producen ni condensaciones ni resecamiento del ambiente. Así pues, si la humedad está dentro de los rangos aceptables por sí misma, podemos estar seguros de que nuestro sistema radiante no tendrá influencia sobre ella. Y si no lo está, podremos devolverla a los valores aceptables mediante métodos independientes (ventilación habitual y mejora del aislamiento de la vivienda…). 

En definitiva, podríamos decir que no solo influyen en nuestra salud la temperatura y la humedad sino también el sistema emisor que empleemos. Y en este punto no cabe duda de que no hay mejor opción que una instalación de suelo radiante. Si además combinamos este sistema de emisión con un generador 100% limpio, que funcione a base de energías renovables, como es la bomba de calor, no solo estaremos contribuyendo a nuestro bienestar personal, sino también a limitar nuestro impacto en el entorno reduciendo nuestras emisiones de CO2

Fuente: blog Saunier Duval